Cerró los ojos e intentó pensar en algo de su infancia,
un recuerdo bonito.
Vislumbró a su familia, sus amigos e intentó imaginar
escenas álgidas de su vida. Escuchó un sonido hueco, seco. Sin detenerse a
meditar continuó proyectando momentos felices, interrumpidos de nuevo por otro
disparo. Ya no pudo autocontrolar sus pensamientos, se limitó a realizar
presión cerrando los ojos y apretó los dientes.
Alejado de la mesa de profesor el sonido de un magnum 44 había
sonado tres veces en la sala, acompañado en la última ocasión con un caótico romper
de sillas y mesas. El miedo de Alfredo evoluciono a pánico, no pudo evitar
abrir los ojos posiblemente el cuarto disparo seria para él. Sintió pavor de la
negrura infinita, tuvo la imperiosa necesidad de vislumbrar un atisbo de luz. Su
acalorada temperatura se elevaba, gotas de sudor se deslizaban por el rostro y
notó una aceleración del corazón.
La luz inundó sus ópticos y luego una silla de maestro vacía.
Volteó la mirada a su espalda donde se encontraba Hans tumbado en el suelo
entre los desvencijados pupitres rodeado por un charco de sangre.
De pie y con el revolver en la mano Ernesto contemplaba a
su moribunda presa, mientras exhortaba profundas caladas al sucedáneo de
habano.
Como la bestia que mostraban sus actos Ernesto se agachó
a la altura de los oídos de Hans. El hombre de la compañía con un hilito de voz
mentaba los Cyborgs crionizados en la nave, como último bastión de esperanza
que detuviera a su verdugo.
-Dentro de 48 horas no habrá nadie en la tierra para activar
ningún cyborg –Dijo Ernesto mientras de
su boca salía un denso humo.
Alfredo contemplaba la escena paralizado, ni tan siquiera
hizo amago por levantarse y huir. Solo esperaba horrorizado el desenlace.
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