Entrada 8.
(Los vecinos. Parte 1 de 2). Narrador
omnisciente.
La casa de
Sara y Fran, su hermano, era un caserío grande de una altura. En la planta
baja, un amplio comedor ocupaba la mayor parte del espacio, con puertas a una
pequeña cocina y a dos reducidas habitaciones individuales. En el piso de
arriba secaban tabaco y tenían un alambique
con el que producían Vodka destilando algunas patatas del huerto. También en el
huerto, en una pequeña anegada, cultivaban lechugas y hortalizas cambiantes
según la época del año.
Hoy tenían
la visita de Corven y de su hijo Shodan. Corven era un Tecno-Médico, un híbrido
entre mecánico y médico, encargado de insertar y mantener cyber-implantes. A
falta de doctores en los aledaños de la granja,
Corven ejercía de médico a cambio de víveres. Un intercambio provechoso
para todos, porque así, tanto él como los agricultores evitaban en lo posible
pisar el pueblo de Pola.
Estaban en
el comedor sentados y Fran no cabía de la emoción por el fusil que le había
traído Corven. Era un Kaláshnikov 147
modificado con el cañón del viejo
modelo AK 47. Conservaba la potencia del nuevo AK 147, pero le
permitiría sembrar con tranquilidad, con lluvia, sin lluvia, con frío o con
calor, dado que el viejo fusil soviético, el AK 47, era el más fiable ante
fenómenos extremos. Por mucha tierra que le entrara a ese cañón modificado,
siempre funcionaría, como bien demostró en la muy lejana guerra de Vietnam.
– Con esto sí que voy a trabajar en el campo tranquilo. No voy a tener miedo a ningún asaltante – comentó. Y continuó observándolo como un niño con un juguete nuevo.
– ¡Tú!. ¡Mujer!- vociferó Fran mientras alzaba la vista en dirección a Sara. – Trae algo de picar, y al “chodan” tráele un refresco, si tenemos alguno.
– Me llamo Shodan, no “chodan” – replicó indignado, con la insolencia característica de un niño que está a punto de entrar en la adolescencia.
– Bueno, bueno… Como quieras. Tráele eso al “Shodam” – reclamó Fran. –¡Demonios Corven!. Como llamas así al rapaz, no hay quien lo pronuncie. Con lo bonitos que son Paco, Francisco, José o Antonio, y le plantas eso. En los “países americanos” esos de donde venís, no entiendo cómo los párrocos aceptan esos nombres.