27 jun 2012



    Entrada 8. (Los vecinos. Parte 1 de 2).  Narrador omnisciente.

    La casa de Sara y Fran, su hermano, era un caserío grande de una altura. En la planta baja, un amplio comedor ocupaba la mayor parte del espacio, con puertas a una pequeña cocina y a dos reducidas habitaciones individuales. En el piso de arriba secaban tabaco y tenían un alambique con el que producían Vodka destilando algunas patatas del huerto. También en el huerto, en una pequeña anegada, cultivaban lechugas y hortalizas cambiantes según la época del año.

    Hoy tenían la visita de Corven y de su hijo Shodan. Corven era un Tecno-Médico, un híbrido entre mecánico y médico, encargado de insertar y mantener cyber-implantes. A falta de doctores en los aledaños de la granja,  Corven ejercía de médico a cambio de víveres. Un intercambio provechoso para todos, porque así, tanto él como los agricultores evitaban en lo posible pisar el pueblo de Pola.

    Estaban en el comedor sentados y Fran no cabía de la emoción por el fusil que le había traído Corven. Era un Kaláshnikov 147 modificado con el cañón del viejo modelo AK 47. Conservaba la potencia del nuevo AK 147, pero le permitiría sembrar con tranquilidad, con lluvia, sin lluvia, con frío o con calor, dado que el viejo fusil soviético, el AK 47, era el más fiable ante fenómenos extremos. Por mucha tierra que le entrara a ese cañón modificado, siempre funcionaría, como bien demostró en la muy lejana guerra de Vietnam.


– Con esto sí que voy a trabajar en el campo tranquilo. No voy a tener miedo a ningún asaltante –  comentó. Y continuó observándolo como un niño con un juguete nuevo. 


– ¡Tú!. ¡Mujer!- vociferó Fran mientras alzaba la vista en dirección a Sara. – Trae algo de picar, y al “chodan” tráele un refresco, si tenemos alguno.


– Me llamo Shodan, no “chodan” – replicó indignado, con la insolencia característica de un niño que está a punto de entrar en la adolescencia.


– Bueno, bueno… Como quieras. Tráele eso al “Shodam” –  reclamó Fran.  –¡Demonios Corven!. Como llamas así al rapaz, no hay quien lo pronuncie. Con lo bonitos que son Paco, Francisco, José o Antonio, y le plantas eso. En los “países americanos” esos de donde venís, no entiendo cómo los párrocos aceptan esos nombres.