- Tú, charlie, vengo a ver a Lee -le dijo al hombre que atendía el
negocio.
Sus rasgados ojos
lo miraron con desconfianza de arriba a abajo y tardó unos segundos en
profesarle respuesta alguna. Un movimiento con la cabeza le instó a pasar hacia
el interior de la tienda. Sabía perfectamente que no agradaba demasiado a sus
amigos del este, pero el respeto que mantenían a su negocio, lo protegía en
cierta manera, lo suficiente para permitirse algunas bromas. Para él, todos
eran Charlie.
Ya en el
interior, dos soldados le cerraron el paso. De no ser por el tono amarillento
de su piel que se dejaba entrever por los huecos de sus armaduras, no habría
podido más que sospechar su etnia. El blindaje pesado y oscuro, forraban sus
cuerpos a la vez que unas máscaras metálicas cubrían sus rostros. Un ligero
destello rojizo en sus ojos le indicó el uso de implantes ópticos.
-No armas -pronunció uno de ellos con la voz grave que confería el casco, a la vez que sus
subfusiles le encañonaban.
Con un suave
movimiento se entreabrió la capa mostrando su fusil Dragonov que le colgaba del
hombro, ofreciéndoselo a los guardias. Hizo el mismo movimiento para entregar
su DesertEagle y su cuchillo. No le gustaba sentirse desarmado, pero conocía
las reglas del juego y tenía que seguirlas. Después de un breve registro, se
apartaron de su camino, permitiéndole la entrada.
Lee le esperaba al fondo de la estancia, sentado en una cómoda
butaca de cuero curtido tras un gran escritorio de madera maciza. Al verlo
aproximarse se levantó con una sonrisa en su rostro.
-Bien hallado
Aitor Samerson, ¿qué tratos te traen a mi hogar?- extendió su mano cortésmente-
Oí rumores que el cazador había muerto en el Yermo, me alegro que no sea así.
-Sí, yo escucho
lo mismo de todo aquel que se aventura a recuperar. Algún día será cierto, pero
por ahora estoy vivo y yo también me alegro, te lo aseguro- haciendo caso omiso
de su saludo, dejó caer la pesada mochila que cargaba sobre la mesa.