Entrada 175.
El viento susurrante del Sahara disolvía los últimos
resquicios de gas amarillento esparciéndolos por el desierto, como los restos
del que fue un ejército de vengadores civiles bereberes.
Con los cañones de las armas aún calientes y humeantes, el
sargento inspiro hondo y contempló la explanada de muertos que cubría la
llanura, despacio, sin prisa, desencajó los filtros de aire del casco y los
servos que lo aferraban a la gorguera blindada y lo dejó caer al suelo. El arrugado rostro por el paso del tiempo
lucia diversas cicatrices de contiendas anteriores. Su cabello estaba
totalmente rasurado, una placa metálica sobresalía de su frente a juego con
unos ciberópticos cromados inertes de vida.
-Cabo Higs momento de expiación.
-Si Padre Karras- Dijo respondiendo al sargento.
-Tu hijo, cual es tu nombre- Espetó el padre Karras
refiriéndose al único fusilero con vida.
-Mi última posición fusilero Norte…-Le interrumpió con la
mano extendida mientras sacaba un pequeño libro agujereado de los bolsillos del
chaleco.
-Me refiero al nombre de tu alma, la que hay que depur… tu
nombre de civil.
Las palabras y el tono empleado por padre Karras, confundieron
al soldado, casi tartamudeando y con la vista fija al suelo respondió: -Hudson.
Señor.
-Hudson, otro americano como tu Higs, esperemos no tener una
avería en el chip de idiomas- bromeo sin llegar a reír- Estas muy lejos de tu
casa soldado ¿Cuál es tu historia?
-Entiendo Hudson -creo una pausa -¿Eres creyente Hudson?, puedes ser franco conmigo, nada tienes que temer de mí mientras ejerzo la voluntad del señor.
El fusilero dudo la respuesta era extraño ver al sargento
así, más lo era referirse por su nombre propio pero despedía cierta paz. Vio
como del interior de la biblia humeante extraía un alzacuellos… Para bien o
para mal, no se atrevió a mentir: -No señor, no creo en nada.
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