No fue capaz de recordarlo… << Tiene que estar en este
puto coche, por narices>> Con ese pensamiento intentó relajarse. No era
sitio ni momento para ponerse a rebuscar profundamente, sacando alfombrillas y
realizando una limpieza exhaustiva.
Tomó la decisión de
ordenar el interior del vehículo al siguiente día por la mañana, con el cobijo
que otorgaba el parking de alquiler custodiado por los soldados de NV.
<<Eso es, ¡mañana! Más tranquila y en un sitio seguro, limpiaré afondo… Ufff
no recuerdo la última vez que lo hice, espero no encontrar un dinosaurio
disecado o algo así>>
En el mismo instante que Hiru se daba cuenta de la perdida
del Ojo de Estambul. A pocos kilómetros de la entrada de la playa en Vieja
Valencia.
Desde la mirilla de un fusil de cerrojo para la caza del
ciervo, un asaltante contemplaba como paseaban a plena luz del día un grupo de
cinco hombres y una mujer, andaban en fila por uno de los carriles de la
avenida Blasco Ibáñez. El camino era inevitable para acceder a NV si se viajaba
desde el sur por la costa.
Se posicionó y empezó a bajar la respiración para
abatir a uno de ellos. Su misión era abrir fuego en el momento saliera el grupo
escondido en la calle.
Pasó la cruz por los diferentes hombres, seleccionó al
último del grupo; no era el más grande ni tampoco portaba armas a la vista,
pero a su espada atado con dos cuerdas emulando una mochila llevaba un pequeño
armario. En caso de salir todos corriendo y poder escapar, por lo menos
aseguraría el botín de su interior.
De la zona verde que separaba los carriles de ida y venida, salió
un grupo de forajidos; dos de ellos armados con pistolas de bajo calibre, un
tercero con un hacha de bomberos y el cuarto con un bastón terminado en una
punta metálica. El portador del hacha empezó a menear los brazos dirigiéndose
al balcón donde se apostaba el tirador. El resto en un notable estado de no
agresión se dirigieron al grupo, que algo sobresaltado mantenía la calma
incluso se vieron sonrisas entre ellos.
Agazapado en lo alto, pasaba la mira de uno a otro
intentando imaginar que sucedía, por qué no habían salido a degüello a por los
de cabeza, como tantas otras veces. El viajero de piel negra incó rodilla en
tierra y se puso a desatar unos fardos alargados de la mochila, los manipuló
uniéndolos entre sí y se levantó mostrando una Pica de Juego.
Desde abajo el grito ahogado por la distancia cobró sentido
para los oídos del tirador, ahora ese eco claramente decía:
-¡No dispares son Jugadores!