24 abr 2013




    La banda derecha ahora estancada en dos luchas parejas, enfrentaba al piquero con el primer jugador con bate, ambos sin poderse vencer mutuamente. David había retrocedido un par de metros y solo actuaba a la defensiva. Armado únicamente con el escudo, sin arma de ataque resistía las acometidas del segundo bateador, que sin tregua le atacaba una y otra vez.

    Encolerizada la joven nómada, alcanzó al corredor al borde de los palos. Saltó sobre su espalda y de nuevo rodaron por el suelo, era un deja vu del comienzo de partido. Está vez cambio el resultado, antes que la masa muscular y la fuerza masculina se apoderaran de la situación. Introdujo la oreja del jugador del Paso en su boca. Por un instante el corredor sintió el cálido tacto de la lengua sobre su cartílago, acto seguido, el irritante dolor de los dientes.

    La novata con ojos encolerizados arrancó de cuajo la oreja. Incrédulo y confundido el corredor se desentendió del balón para encogerse mientras se palpaba la zona dañada. Soltando toda la rabia del interior de las entrañas. La muchacha escupió la oreja al tiempo que se levantaba, y le propinaba dos patadas en el estómago. Cogió el IT, en ese instante de locura había dejado de ser una novata.

   David vio a la corredora encaminarse en solitario. De poco serviría su acción si era interceptada por el jugador que había quedado libre, en la banda derecha, tras asesinar a su compañero de equipo. Dejó de retroceder y esperó el siguiente golpe, ya no era momento de jugar a la defensiva, ni de intentar salvaguardar el tipo. Tenía que jugársela a una contra y era en este preciso instante. El bateador del Paso golpeó con todas sus fuerzas de arriba abajo, al verlo inmóvil. David dejó el escudo en alto, pero no bloqueó en seco, lo acompañó con el escudo girando sobre sí mismo y desestabilizando a su adversario, que por inercia se inclinó hacia delante. Al rodar sobre sí y dejarlo pasar, cogió el escudo con ambas manos y golpeó con todas sus fuerzas la cabeza de su adversario, derribándolo de morros.

    El potente golpetazo hizo que el escudo saliera despedido dejando a David desarmado. No era un golpe letal, pero lo dejaría aturdido el tiempo necesario. Viendo que el piquero nigeriano ni hacía, ni deshacía y lo mismo sucedía con la pelea de suelo, recogió su tonfa y sin escudo se encaminó al último obstáculo. El acorazado de la maza, asesino de su compañero.


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