6 jun 2013

          Como siempre llegaba temprano a “La Fábrica”, el edificio que servía de cuartel a su organización. Cargaba a su espalda, junto con su atuendo habitual, una pequeña mochila. Ésta resaltaba en exceso, como si estuviera demasiado llena. Totalmente fría y seria se adentró en el edificio hasta que llegó al arco de vigilancia de la entrada, en dónde un guardia custodiaba el acceso. Mientras se acercaba, ojeó ligeramente la zona de las escaleras mecánicas y la garita de la parte superior. Todo estaba tal y como suponía.

          - Enséñeme el contenido de la mochila, por favor.

          Sin mediar palabra alguna, se volteó para que el hombre comprobara el contenido.



Al viejo sr. Erton, director de la organización, le gustaba ser de los primeros en llegar. Así que, cuando empezaron los gritos por todo el edificio, él ya estaba en su despacho. Temiendo lo peor al escuchar tal jaleo, abrió uno de los cajones de su escritorio. Suspiró aliviado, al comprobar que el “Hammerstone .45” descansaba en su interior. No tuvo tiempo de cogerla, cuando la puerta se abrió violentamente con un golpe sordo y seco. Tras ésta, apareció la figura de una mujer muy alterada. Las manchas negras que marcaban sus mejillas en forma de goterones, indicaba que había estado llorando.
- So…Sonnya –llegó a balbucear el sorprendido viejo.

La mujer no dio ningún tipo de respuesta, únicamente se limitó a mirarlo fijamente con esos ojos enrojecidos, a la vez que avanzaba hacia él. Y con un movimiento rápido, lanzó por los aires la pequeña mochila que portaba a su espalda, colocándola delante de sus narices. El ruido que hizo la bolsa al impactar con la madera del escritorio, le llamó la atención. Y no pudo evitar mirar su contenido.

- ¡Joder…! -exclamó al ver la cabeza sangrante de una mujer joven en su interior- ¿Es quien yo creo que es?
- No soy una traidora…-es todo lo que dijo, antes de dar media vuelta y salir caminando ante los chillidos y vítores de sus compañeros.

Mientras la veía alejarse, el sr. Erton volvió a mirar al fondo de su cajón, allí donde resolvía sus dudas sobre renegados. Tras unos segundos de incertidumbre, apoyó suavemente los dedos en la madera y empujó para cerrarlo.