La
pesadumbre interrumpió en el estado de ánimo de Nadia, aún le restaban cuatro
largos meses de trabajo en este búnker en tierra de nadie, para abonar el costo
de la limpieza. Cuando llegó a este inhóspito destino y vio que tenía que vivir
trescientos sesenta y cinco días en el interior de una montaña bajo tierra, se
juró una y otra vez que nunca más encendería un cigarro. Y ahí estaba
contemplando la grandeza espacial ennegreciéndose de nuevo los pulmones.
Mientras la dependencia y la falta de voluntad mermaban la promesa.
Dejó de
reprocharse <<Tiene que estar a punto de llegarme >> Murmuró para
sí misma refiriéndose a su menstruación <<Estoy demasiado melancólica
>>. Introdujo la cajetilla en el bolsillo del grueso abrigo y se centró
de nuevo en el infinito mar de oscuridad y estrellas.
Entre el
millar de luces encendiéndose y apagándose dejando una larga cola con donosura.
Dos destacaron en intensidad y recorrido. Realizando un giro antinatural,
tomaron rumbo a la Svetlana. Ladeando la cabeza conforme seguía las estelas,
vio cómo colisionaron a una distancia preocupantemente cercana. Todo terminó en
un destello que durante un suspiro iluminó kilómetros a la redonda para
ofuscarse en la noche.
La Técnica
de Redes limpió la humedad de sus gafas de protección y reflexionó sobre la
veracidad del hecho al que terminaba de asistir. No cabía la duda, era su
responsabilidad informar de lo sucedido. Los protocolos de seguridad de la
estación son estrictos y severos. Un avistamiento pasado por alto que pudiera
alterar la seguridad del Búnker era penado con la muerte. Sentencia inapelable
que había presenciado en alguna ocasión aislada.