4 jul 2012



    Entrada 25. Narrador observador.

    Fue sencillo, movimientos de cadera, pasos cortos, miradas lascivas y jugueteo con los dedos, mostrándole placeres que solo había visto en revistas y sueños. En un abrir y cerrar de ojos abdujo al individuo, enajenado por el calentón, que dejó el arma en un descuido para desabrocharse la correa.
Realmente fácil, un disparo a bocajarro con el 45 Pacificador y la situación estaba totalmente controlada…  Con su nuevo fusil de asalto en las manos, se aproximó a la cocina donde esa torpe mujer había tropezado con ella misma cayéndose al suelo,  lloriqueaba y gritaba en un idioma indescifrable. Hasta tres veces le dijo que se callara, pero cuanto más se lo decía más histérica se ponía.
– ¡Por última vez!. ¡Si te callas vivirás, si no te callas morirás!. ¡Y no pienses que voy a malgastar una bala contigo, paleta de mierda! –  elevó el tono de voz.

    Después de esta frase inspiró hondo, escuchó los ininterrumpidos gritos de la exasperante mujer y le propinó un violento puntapié. La bola de acero que recubría el interior de sus botas Martens, las que usaba el ejército británico, reventó el mentón de la joven. Media dentadura salió por los aires, algunos dientes rebotaron en el suelo y otros se le clavaron en la garganta.

    Acto seguido, golpeó la cabeza de la campesina con la culata de la AK, una y otra vez, hasta oír un inconfundible "crack". El cráneo había cedido y su masa cerebral estaba supurando, mezclada con la sangre que empapaba el suelo. Algo llamó la atención de la Net-Runner. En el suelo había un ojo, no era raro que hubiera salido disparado, pero sí que fuera metálico.

– ¿Pero qué mierdas es esto? –  se preguntó en voz alta. Se agachó y vio con asombro que era un R-22 Cam. El día había terminado bien, los cyber-ópticos eran implantes muy demandados y fácilmente transportables. Con la rapidez que imprime la codicia, sacó un pequeño cuchillo y giró la cabeza de Sara muy despacio, para evitar mancharse y tener de frente la parte menos castigada por los golpes. Insertando la punta de la daga por el lagrimal, con cuidado de no rallar el implante, hizo palanca para sacar el otro ojo.

– ¡Serás zorra! –  exclamó mientras se levantaba y le daba dos patadas en el estomago al cadáver.
– Éste era de verdad… –  y suspiró decepcionada. Después de limpiar y guardar a buen recaudo el R-22 Cam, se puso a escudriñar por la casa en busca de cualquier cosa útil para su viaje.

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