Ambos hombres se aproximaron a la tarima, en ella comida
autóctona les aguardaba junto a sendas jarras de agua y vino. Desde esa
posición verían el envite a través de prismáticos. Anzar había dejado órdenes exactas
de cómo proceder a los Imanes que dejó encargados de dirigir la contienda.
-Imán Anzar aun estáis a tiempo de detener la masacre, no
podéis perder, Ala es grande y vuestro ejército supera de mucho a ese escuadrón,
pero; la mayoría solo van armados con la Ira, muchos morirán esta mañana, para
matar a unos pocos. Reflexionar, ahora están atrapados, la lógica manda
atrincherarse, esperar que se les acaben las provisiones y en caso de envite,
que sean ellos los que tengan que avanzar hacia nuestras balas y no al revés -
Dijo Amastan Semidán.
Anzar cogió la jarra de vino y se sirvió un vaso mezclado
con agua mientras miraba con cara de desprecio a su subordinado. No entraba en
sus planes ni por asomo, retrasar la pelea, un ejército mucho mayor y más
armado, viajaba a camello hacia ellos, comandado por el mismo Nauzet en persona,
si ellos llegaban, los Cyborgs serían abatidos sin problemas, pero… la ley del
desierto dice: “Quien encuentra dueño es… “
Tenía planes
personales sobre los implantes de la escuadra, era de vital importancia, ganar
esa batalla lo más rápido posible y ser el líder vencedor que podía reclamar el
botín de guerra.
Bebió un trago largo conforme se vaciaba la copa, su mirada
se relajaba y tornaba más amigable, apuró y se limpió con la manga mientras con
un tono conciliador respondía a Amastan:
-Quién soy yo, salvo un humilde siervo de Ala, el único Dios,
superviviente incluso al apocalipsis, estrelló ese aparato volador, para que
sus fieles pudieran alcanzar su venganza. Crees de verdad que realizó ese
milagro, para tener a padres con hijos muertos, hermanos huérfanos y demás
desgracias, soportando la visión de saber que ahí, al alcance casi de la mano
están los diablos que segaron las vidas de sus seres queridos. Quién soy yo
para impedirles a esos voluntarios hijos de dios, poder saldar deudas de
sangre, si el mismo Ala así lo ha querido.
Amastan Semidán asintió con la cabeza, no era bueno
contradecir a un hombre santo, pero cometía un error, un grave error, la
derrota era impensable, solo tendrían que llegar al cuerpo a cuerpo. Con un número
tan superior, hasta una marabunta de hormigas abatían a un elefante, pero: ¿Cuántos
morirían por el camino?, ¿cuántas almas perecerían en aquel valle?
Inspiró y pensó en sus cincuenta soldados Jerbas, eran
veteranos, sabrían que hacer para salir vivos de este entuerto o eso esperaba…