Vació
las últimas gotas de agua de su cantimplora entre sus agrietados labios para
humedecerlos. Aun así tenía la boca pastosa y la lengua parecía estorbarle en
su interior. La comida no le duraría mucho más, sólo le quedaba un trozo de
carne salada medio rancia. Dentro de poco tendría que arriesgarse o dejarse
morir allí mismo.
<<
Por lo menos que gaste munición>> se forzó a sonreír.
La
oscuridad llegó con su habitual calma. El peso de las noches sin dormir, se
acrecentaba sobre sus párpados a medida que pasaban las horas. Sólo el terrible
olor a muerte que le inundaba el pecho junto con el incesante sonido de los
insectos, le hacían mantenerse alerta.
<<
¿Cómo puedo escuchar esos malditos gusanos? –se preguntaba –debo de estar
volviéndome loco. Si por lo menos tuviera un puto cigarrillo… >>
Oteó
a su alrededor observando el cielo. Una ligera capa de nubes cubría la tenue
luz de la luna. A poco más de cincuenta metros se encontraba un muro de
hormigón de unos dos metros de altura y con la suficiente longitud como para
cubrir su retirada. Sabía que si llegaba hasta él, podría avanzar en dirección
opuesta a su agresor y perderse fácilmente entre los abundantes restos que se
esparcían en esa dirección.
Volvió
a sacar su espejo y escudriñó la zona por donde creía que se escondía. Ningún
indicio le cercioró de su presencia. Todo seguía en absoluto silencio.
<<
Tendrá que dormir, yo llevo tres días mal haciéndolo y estoy muerto. Él debe de
estar igual. Seguro que se ha dormido… O quizás se cansó, se fue y estoy
haciendo el tonto -Echó una ojeada a su reloj que marcaba las tres de la
madrugada-. Sea como sea, esta es la hora. La hora del lobo >>
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