El silencioso frunció el ceño debajo del casco y tragó
saliva, al ver de cerca el arma que portaba a dos manos el jugador con el que
le había tocado bailar, en la banda derecha. Era una enorme maza, manufacturada
mucho antes que se presionara el botón rojo y el mundo se fuera por la
cisterna. Esa arma había sido construida en acero por maquinaria industrial.
Ninguna protección de su cuerpo ni tan siquiera el escudo de madera, podían
contener un impacto directo. Era más normal de lo que les gustaría a los
equipos nómadas, enfrentarse a armas no del todo legales. La regla de solo
contundentes se extralimitaba en los equipos de ciudad. Armado con una defensa
de goma dura y el endeble escudo, reguló para no dejarlo pasar, pero tampoco se
puso al alcance de cruzar golpes. Iba a ser una banda de difícil contención, sino
imposible. Solo le quedaba retrasar lo máximo posible y esperar que sus
compañeros acudieran en su apoyo.
Por el centro el único jugador del Paso con escudo y arma de
mano, se dirigía donde Dagon intentaba de manera desesperada reanimar a la
muchacha, que había desencadenado el principio del fin. El público regocijado
en este mar de violencia y sangre veía complacido como su equipo se hacía dueño
del partido.
David indicó al nigeriano armado con la pica que acudiera a
su banda, la izquierda. Para ayudarlo a contener a los dos defensas que
escoltaban al portador del balón. El nigeriano situándose a la espalda de David
algo más retrasado, cubría la salida del corredor en caso que pusiera pies en
polvorosa. El piquero podría derribarlo
con el gancho, esa táctica defensiva condenaba al Rey David a un enfrentamiento
contra los dos escoltas.
Pica de juego