La banda derecha ahora estancada en dos luchas parejas,
enfrentaba al piquero con el primer jugador con bate, ambos sin poderse vencer
mutuamente. David había retrocedido un par de metros y solo actuaba a la
defensiva. Armado únicamente con el escudo, sin arma de ataque resistía las
acometidas del segundo bateador, que sin tregua le atacaba una y otra vez.
Encolerizada la joven nómada, alcanzó al corredor al borde
de los palos. Saltó sobre su espalda y de nuevo rodaron por el suelo, era un
deja vu del comienzo de partido. Está vez cambio el resultado, antes que la
masa muscular y la fuerza masculina se apoderaran de la situación. Introdujo la
oreja del jugador del Paso en su boca. Por un instante el corredor sintió el cálido
tacto de la lengua sobre su cartílago, acto seguido, el irritante dolor de los
dientes.
La novata con ojos encolerizados arrancó de cuajo la oreja.
Incrédulo y confundido el corredor se desentendió del balón para encogerse
mientras se palpaba la zona dañada. Soltando toda la rabia del interior de las
entrañas. La muchacha escupió la oreja al tiempo que se levantaba, y le
propinaba dos patadas en el estómago. Cogió el IT, en ese instante de locura había dejado de ser una novata.
David vio a la corredora encaminarse en solitario. De poco
serviría su acción si era interceptada por el jugador que había quedado libre,
en la banda derecha, tras asesinar a su compañero de equipo. Dejó de retroceder
y esperó el siguiente golpe, ya no era momento de jugar a la defensiva, ni de
intentar salvaguardar el tipo. Tenía que jugársela a una contra y era en este
preciso instante. El bateador del Paso golpeó con todas sus fuerzas de arriba
abajo, al verlo inmóvil. David dejó el escudo en alto, pero no bloqueó en seco,
lo acompañó con el escudo girando sobre sí mismo y desestabilizando a su
adversario, que por inercia se inclinó hacia delante. Al rodar sobre sí y
dejarlo pasar, cogió el escudo con ambas manos y golpeó con todas sus fuerzas
la cabeza de su adversario, derribándolo de morros.
El potente golpetazo hizo
que el escudo saliera despedido dejando a David desarmado. No era un golpe
letal, pero lo dejaría aturdido el tiempo necesario. Viendo que el piquero
nigeriano ni hacía, ni deshacía y lo mismo sucedía con la pelea de suelo, recogió
su tonfa y sin escudo se encaminó al último obstáculo. El acorazado de la maza,
asesino de su compañero.